
Hace unos días que saco a mi chica a pasear. Siempre ha sido labor de mi hijo, sólo esporadicamente lo hacía yo, y más por obligación que por devoción.
Desde hace unos dias lo hago por placer. He descubierto que , después de toda una mañana y una tarde sentada delante de los folios, la cabeza necesita un poco de aire y las piernas un rato de camino.
Ella ya sabe la hora de la salida. Llego a casa desde el estudio y la encuentro sentada mirando la puerta, esperando pacientemente. Me sigue hasta el dormitorio, observa cómo me quito las zapatillas y me enfundo las botas. Ese es el principio , ahí empieza a mover el rabo con impaciencia. Se levanta, se gira, salta, me muerde el borde del pantalón, y casi la oigo cantar.
Bajamos la escalera totalmente enredadas, arriesgando ambas nuestra integridad física,. No es capaz ya de controlar la alegría.
Tomo la bolsita y la pongo en mi bolsillo, agarro la correa y la ato a su collar. Esta es la tarea más dificil , es imposible mantenerle la cabeza quieta por más que lo intento. Lograr agarrar el gancho de la correa a la anilla de su collar es poco menos que imposible.
Abro la puerta y sale como alma que lleva el diablo. Tengo que andar lista y agarrarme a la barandilla de la escalera para soportar el primer tirón sin irme rodando tras ella.
Al salir a la calle le doy el testigo. Dejo que ella decida, en cada momento, hacia dónde nos dirigimos, las paradas que hay que realizar y los perros que debemos saludar.
Normalmente vamos por un camino más o menos fijo pero, a veces, me sorprende y llegamos a jardines y calles que hacía mucho no visitaba.
Mientras paseo dejo en casa los problemas. Mi cabeza está en cada rincón, cada farola, la gente que pasa a hurtadillas desde la tienda de ultramarinos a su casa, en la acera de enfrente, porque han salido con la bata de casa y las alpargatas de paño.
Hay personas que pasean también a sus perros a esa hora y otras que lo hacen a solas.
Ha cambiado el tiempo, hace menos frío y el airecillo de las primeras horas de la noche, refresca la cara y rellena los pulmones con más ímpetu.
Aunque soy más del amanecer, estoy aprendiendo a disfrutar de estos momentos en los que la vida parece recogerse en las casas, y las calles se muestran ante mí apacibles, serenas, dispuestas a ser tomadas.
Hay un parque donde la dejo correr. Tiene un banco en un rincón, creo que es el único. Allí me dejo caer y observo el cielo, las estrellas, y la luna cuando ella quiere .
Vayamos a donde vayamos, siempre me devuelve a casa. Hay un momento en el que ya dá por concluido el paseo y me lleva despacio hasta nuestro hogar.
Creo que relevaré a mi hijo de este placer los dias que quiera.
:)